jueves, 9 de abril de 2009

Las razones de la desazón

Alfonsín no era Alfonsín. Mejor dicho: Raúl Ricardo Alfonsín no era Alfonsín. Mejor dicho: el hombre no es su figura.

No intento decir con esto que, muerto el hombre, queda su figura. No tengo la más remota idea acerca de si la figura de Alfonsín -reitero: no la persona de Raúl Ricardo Alfonsín- trascenderá, permanecerá. Tampoco tengo la más remota idea de, llegado el caso de que lo haga, cómo lo hará. 
Lo que intento decir es que lo que se lloró hace unos días no fue a Raúl Ricardo Alfonsín sino a Alfonsín. Resulta vano remarcar errores del gobierno radical 1983-1989, resulta idiota escandalizarse por el intento de ubicar a Raúl Ricardo Alfonsín como prócer inmaculado, por tornarlo mítico, por volverlo algo que no era. Y resulta idiota porque ese proceso ya se había producido, y es inexorable. La muerte operó como catalizador de otras cosas: un corazón dejó de latir, e ideas desperdigadas se arremolinaron para dar forma a Alfonsín -reitero, una vez más, y espero se me disculpe la insistencia: no a Raúl Ricardo Alfonsín-. Algo estaba disperso, y un hecho lo congregó. Apareció algo nuevo. O viejo, pero que estaba latente y no en primer plano.
Raúl Ricardo Alfonsín hizo cosas buenas, mediocres y malas. No importa. El tiempo ha provocado que lo que hizo -bueno, mediocre o malo- resulte intrascendente. Lo que importa, me parece, es qué encarnó Raúl Ricardo Alfonsín, qué ideas se arremolinaron la semana pasada en torno a Alfonsín. 
Los detalles, las explicaciones coyunturales del pasado, son para los historiadores. Hay pocos historiadores. Lo que ocurrió la última semana no fue que la historia se hizo presente, sino que apareció en primer plano una interpretación de la historia. De los valores que se asignan a cierto momento de la historia.
Lo que se lloró, entonces, fueron esos valores asignados. Por eso no interesa si Raúl Ricardo Alfonsín luego del juicio a las juntas dictó la Obediencia Debida y el Punto Final, porque lo que se encaramó la última semana fue el juicio a las juntas, la noción de justicia, y no la obediencia debida o el punto final, la noción de injusticia. Por eso no interesa tampoco si, luego de enfrentarse al FMI con la muñeca y los pantalones bajos de Grinspun -la noción de dignidad-, cedió ante intereses económicos que lo condujeron irremediablemente a una hiperinflación que se escapaba de sus manos -la noción de indignidad-. Lo que se lloraba era la noción de justicia, de dignidad. Sin importar que en el anecdotario hayan estado, también, la injusticia y lo indigno.
Nunca que lloramos a un muerto lloramos a ese cuerpo. Lloramos lo que nosotros queríamos de ese cuerpo.
La última semana, se lloró que la idea de "con la democracia se come, se educa, etc." se transformó en un imposible.
Y no está para nada mal que se llore ante una angustia semejante. 
Peor sería entregarse a la mediocridad cínica de suponer que nada tiene valor. Es decir, ser un cobarde.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo, el artículo, frente a tanto civismo impostado de algunos medios y de caretas radicales, y de los peronistas celosos y despechados como putas de talk show porque "el pueblo" despidió masivamente a un no radical.
Muy bonito además el diseño del blog, me encantó!

eliana dijo...

Diego, estoy totalmente de acuerdo. Algunos lloramos porque tuvimos nuestro primer recuerdo en democracia, con la plaza llena de papelitos...otros porque nos acordamos que también eramos responsables que con la democracia se coma, se cure y se eduque...y otros solo tuvieron nostalgia.
un abrazo
Eliana