viernes, 6 de febrero de 2009

Un ejercicio de ucronía involuntaria

(publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil, el 1 de febrero de 2009)


Un guión para Artkino
Fogwill
Mansalva
96 páginas
Otras obras del autor: Los pichiciegos, En otro orden de cosas, La buena nueva.

Un guión para Artkino, última novela publicada de Rodolfo Enrique Fogwill, resulta paradojal en más de un sentido. Escrita en 1977/78, habla de un futuro posible en 1994, pero al publicarse en el 2008 esa fecha venidera se transforma en pasado. Dado que la novela aborda, en cierto sentido, la ciencia ficción –y, en cierto sentido, se burla de ella-, resultó escrita como una distopía –rama clásica del género, donde se presenta un futuro opuesto al utópico, reflejando por lo general sociedades opresivas, totalitarias o, si se prefiere, indeseables- pero al leerla hoy uno encuentra más bien una ucronía –otra rama, ya no tan predominante, donde se imagina un hecho pasado alternativo a los ocurridos en la realidad, y las posibles consecuencias de ese cambio- . Desde ese punto de vista, gracias a las vicisitudes del mercado editorial argentino, la novela inauguraría una nueva rama de la ciencia ficción: la ucronía involuntaria.
Es probable que una de las mayores ucronías –voluntarias- publicadas sea El hombre en el castillo, de Philip K. Dick. Allí, el escritor hablaba de un mundo en el que el Eje había triunfado en la Segunda Guerra Mundial y se dividían los Estados Unidos entre Alemania y Japón, y tenía por protagonista a un norteamericano que regía su vida de acuerdo a los designios del I Ching. Un guión para Artkino, por su parte, se refiere a un mundo –pasado o futuro, lo mismo da- en el que la URSS se impuso a los países capitalistas y desplegó su poderío a nivel global. En este 1994 alternativo, el protagonista –Fogwill- es un escritor devoto del régimen imperante, que un día recibe una oferta millonaria por parte de un estudio cinematográfico –el Artkino del título- a cambio de elaborar el guión de un filme.
Hay, al menos, dos líneas alternativas para leer la novela. La primera de ellas es cómo resulta ese universo en el que la Argentina ha sido anexada al imperio soviético. La otra, el rol de un intelectual en un espacio semejante.
Una de las mayores virtudes de Un guión para Artkino son las pinceladas sobre ese mundo supuesto, donde las instituciones reformulan el pasado en su provecho –es claro el apropiamiento de la figura de Borges, o de los elementos de la historia argentina que, seleccionados y resignificados sus pesos, sirven para suponer que hay una línea lógica que finaliza en ese supuesto mundo sovietizado-. Así, Perón es considerado un elemento que sirvió a la causa dominante, e incluso le han puesto su nombre a una avenida. Para el autor, la historia parece no sólo establecerse a partir de luchas –el triunfo de los soviéticos por sobre los capitalistas de los que restan sólo focos, por ejemplo-, sino que una vez que éstas se resuelven el pasado es automáticamente resignificado en provecho propio: los mismos hechos, pueden ser útiles para uno u otro bando. En otras palabras: la interpretación política del pasado resulta intrascendente, pues es plausible de ser efectuada en una u otra dirección.
En un contexto que posee, al menos en apariencia, un constructo simbólico lógico, quedaría la interpretación de los individuos. Fogwill, como autor de la novela, opta por un juego de oposición incluso contra sí mismo: Fogwill, el protagonista, es un intelectual orgánico del sistema, un escritor que disfruta de la repentina fama –en el universo apócrifamente soviético de Un guión para Artkino, la aceptación y el reconocimiento también se traducen en valores monetarios-, un cincuentón que convierte en amante a la dactilógrafa que le ha cedido el partido, un autor que no puede escapar de los lugares comunes del comunismo ni siquiera cuando escribe un diario personal.
Para el personaje, escribir literatura es escribir para escritores, y la función del arte es crear. "La creación, cuando está en buenas manos y es orientada por una conciencia proletaria que sirve a la patria, define sus propios rumbos", dice en un tramo, mientras que en otro sostiene "yo soy un producto de la realidad que la piensa dialécticamente, según las enseñanzas de Marx, Engels y Lenin.". El individuo, para Fogwill –el autor, no el personaje-, no está en condiciones de resignificar la realidad impuesta, ni siquiera si tiene pretensiones artísticas: en la novela, la escritura no es otra cosa que otra rama de la burocracia.
Lo que Un guión para Artkino parece decir –y ahí yace su mayor fortaleza- es que el todo es mayor que las partes, que los individuos pueden llegar a incorporar las lógicas impuestas incluso en su intimidad, y que el poder es capaz de reformular todo a su antojo.
De acuerdo a ese planteo, otra distopía pasada podría haber sido imaginar a un usurero o una consumidora compulsiva encabezando la defensa de los derechos humanos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Grillo: me parece que nadie se avivó sobre tu referencia al usurero y la consu. ¿o será que nadie leyó tu reseña? Fog

Diego Grillo Trubba dijo...

Fog, más que probable, lo segundo.